10 de mayo, una fecha sumamente importante para nosotros en México. Es el día que celebramos a las mujeres a través de las cuales, llegamos a esta tierra.
Dicen que la vida es un regalo (y yo realmente así lo creo), un regalo maravilloso que nos ofrece grandes aprendizajes y experiencias, entre ellas el amor. Sentimiento sagrado que nos hace la vida buena y hermosa.
La primera persona que nos asoma a ese sentimiento es nuestra madre. No todas, cierto, pero sí la inmensa mayoría.
Todos sabemos la importancia de tenerla.
Ella puede ser alta, delgada, llenita o bajita; pelirroja, castaña, con o sin pecas, con o sin miopía; ser parte de una gran familia o ser ella nada más. Pero nuestra mamá es nuestra mamá.
Nos lastima si la critican y que no la valoren. Desearíamos que fuese perfecta, que todos la admiraran y que dijeran, ¡Qué bonita tu mamá! SIEMPRE.
Un día nos damos cuenta que son humanas, que son mujeres. Que nos llevaron en su vientre, Que nos sintieron crecer. Que crecimos sembrados en ellas. A veces están de buenas y otras no, sin embargo, las amamos. Aunque… a veces sentimos que las odiamos. Es la complejidad humana.
Su trabajo es difícil. Nos aman, pero tienen que educarnos, guiarnos, y muchas veces no saben la mejor forma -con frecuencia nos educan como las educaron a ellas-, aunque no siempre funciona y entonces se sienten culpables, lloran o gritan y reniegan.
Como hijos, hijas, sabemos que todo eso pasa en ellas. Las vemos convertirse en las peores brujas o en los ángeles más luminosos. Grandes contradicciones se nos presentan ante nuestros ojos, como hijos e hijas.
En ocasiones transitamos por situaciones difíciles y, solo basta que nos den un beso, para que todo se arregle (o sintamos que se arregla), para que los miedos se vayan, para sentirnos fuertes y seguros, para saber que somos los mejores porque ellas nos lo dicen.
Cuando crecemos y nos damos cuenta que no éramos tan guapos o tan bonitas como ella nos dijo, tenemos una revelación. No miente, es que así nos ve ella, o tal vez nos veía. Somos sus hijos, sus hijas y eso es su mayor tesoro.
Benditas mujeres que nos dieron vida, con todo lo bueno y malo que traían en sus manos, en sus historias, en sus experiencias. Hicieron el esfuerzo enorme de ayudarnos a crecer, a vivir.
Amémoslas, DONDE QUIERA QUE ESTEN, sin juicios. Ya han hecho y siguen haciendo su mejor labor, crecer nuestra humanidad.
Agradezcamos que fueron dadoras de vida y nos ayudaron a sobrevivir. Las heridas emocionales que se ocasionaron durante la infancia, afortunadamente se pueden sanar y, desde ahí, poder ver el milagro del cual ella es parte: La vida.
Abrazo grande.
¡Que tengan una excelente vida!
Por: María Isabel Uribe Velasco
Psicóloga Clínica.
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