Malecón Aventurero
Por: Javier Prieto Aceves.
Hasta el siglo XX hubo filosofías, ideologías y creencias que hicieron creer a la gente que los conocimientos eran UNÍVOCOS; es decir, totales, exactos, precisos, inconfundibles y que agotaban toda la realidad.
Desde los empiezos del siglo XX y a lo largo de lo que llevamos del XXI el pensamiento se fue al otro extremo y no sólo se empezó a aplicar, la duda cartesiana empezando por la duda sistemática, sino que se ha pretendido desmontar todo lo que pudiera tenerse como un conocimiento válido. Alrededor de Nietzsche empezó la época de pensar que absolutamente todo pensamiento es EQUÍVOCO, y que lo que hay que hacer, es DECONSTRUIRLO como afirmó luego Derrida. Es decir, que todo es equívoco y que, por lo tanto, no hay suelo en el que poder asentar nuestros pies; que nada ni nadie puede respaldar ningún conocimiento para tenerlo por verdadero.
Para rebatir al modernismo y sus aseveraciones del agotamiento de la verdad por medio de conocimientos unívocos y también para rebatir a los postmodernismos que quieren que absolutamente todo sea equívoco y que nos ahoguemos en el mar infinito de las dudas totales, hubo que regresar al realismo de ciertos filósofos griegos y afirmar que nuestros conocimientos verdaderos son ANALÓGICOS y están abiertos a su continuo perfeccionamiento; es decir, que no son ni totalmente unívocos ni totalmente equívocos.
A despecho de tantos que ni siquiera se han dado cuenta del cambio de época y siguen repitiendo afirmaciones a la antigüita, estamos los que sabemos que nuestras verdades son inagotables y nuestra inteligencia limitada, y que, no obstante, no todo es equívoco. La analogía nos permite acercarnos a lo verdadero y tenemos bases válidas para encontrarle a esta vida que vivimos en el espacio y tiempo, algún significado y valor.
Pero no es raro encontrar a quienes aún repiten las frases obsoletas de aquellos positivistas que confiaron en “la exactitud racional de las ciencias positivas” y quisieron dar una explicación racional y exacta del universo y de la vida. No faltan ateos, gracias a Dios, que a nombre de la patraña de unas ciencias exactas quieran jubilar, como dogmática toda afirmación que no se pueda comprobar con experimentos de laboratorio. No se han dado cuenta de que la misma investigación científica siempre es provisional y siguen queriendo ir por lana, aunque salgan trasquilados. Todavía leemos a escritores en varios diarios que permanecen fijados a la moda de ante antier.
No se han ido los que afirman que quienes profesamos la fe en Dios somos seguidores de una “irracionalidad fanática”. Encajonan a los creyentes en las vetustas ideas iluministas y masónicas, como la de la precisión infalible de las ciencias positivas y la de un orden y progreso, imaginariamente continuo e irreversible, que, sostenía la modernidad, haciéndonos engancharnos a una cierta “Ciencia” (por cierto, nada científica) como la madre única de todos los avances humanos.
Y precisamente como una reacción crítica a la adoración de la ciencia, viene gestándose desde 1960; y explota a los inicios del siglo en curso, el postmodernismo.
Nada mejor que recurrir a José Rafael de Regil Vélez y su libro “Sin Dios y sin el Hombre”, una aproximación a la indiferencia religiosa” Volumen 4 de la Cuadernos de Fe y Cultura, UIA, México, 1997, quien, en su radiografía tanto del modernismo como del postmodernismo, nos dice que dejar al Hombre contemporáneo sin Dios, significa, al mismo tiempo, dejarlo también sin el Hombre mismo.
La desilusión tecnológica proviene del rechazo a las guerras mundiales y a la destrucción del medio ambiente. Las ciencias positivas resultaron ineptas para resolver los más grandes y más graves problemas humanos. No aciertan a contestar las grandes preguntas y cuestionamientos más profundos de la humanidad- No tienen respuesta para el por qué ypara qué de la existencia humana. Camus sostuvo que el Siglo XXI o será religioso, o no será. Hoy sobran los filósofos agnósticos e incluso ateos que no tienen empacho en reconocer la aportación que las religiones han hecho al pensamiento universal.
El malestar cultural general de la postmodernidad desemboca frecuentemente al igual que lo hizo el racionalismo de la ilustración, en incredulidades y equívocos.
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