Por: Ma. Isabel Uribe/ Psicóloga Terapeuta
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Escuchar. Escuchar a los niños, ¿lo hacemos? ¿De pequeños nos escucharon? Tal vez tendría que preguntar también si nos ponían atención, ¿nos abrazaban?
La forma de crianza de los menores, a partir del siglo veinte se desarrolla alrededor de diferentes ideas. Hemos pasado por varias de ellas y considero importante revisarlas, pues se siguen considerando, aún ahora, como formas aceptables de educación.
Hubo un momento en que se consideraba que los niños eran iguales a los adultos, que podían, por lo mismo, desarrollar el mismo trabajo y así se les designaban tareas semejantes y se esperaba que pudieran hacerlas. De entonces a la fecha, aun algunas personas piensan que esto es cierto y de esa manera los tratan esperando también resultados, pero al no tenerlos, se sienten decepcionados y culpan a la criatura por tener esa respuesta.
Así como esta, en algún momento se consideró que cuando un pequeño nacía, podía, según como se le educara, convertirlo en un médico o en un asesino. Se decía que el ser humano llegaba como una tabla rasa a la vida, era un lienzo blanco en el cual se podía realizar en él lo que quisiéramos los adultos. Esta idea dejó de considerarse como efectiva cuando se puso a consideración la herencia.
Cuando un ser humano nace ya viene con una genética, y así como esta conformará el color del pelo o de los ojos, también dará ciertas condiciones que se podrán observar en el manejo de su impulsividad o su serenidad al reaccionar, lo cual conformará su temperamento. También influirá en él, la percepción individual de los diferentes acontecimientos que se vayan a dar en su vida.
Hubo, en el siglo pasado, dos vertientes más que nos decían cómo debía de llevarse la crianza, una de ellas nos mostraba que el ser humano nacía siendo bueno, y que lo único que necesitaba era amor y aceptación para que se desarrollara de la mejor manera; la segunda decía que el ser humano nacía siendo malo por naturaleza y que habría que quitárselo a través de castigos e imposiciones, para que hicieran cosas buenas.
Estas dos, que han sido puestas en práctica como las anteriores, han fallado. Y no solo eso, están lejos de ser ciertas. Y lo más importante (e inquietante) en este tema, es que las seguimos aplicando e insistimos en ello, aun cuando solamente nos llevan a crear confusión, en nosotros y nuestros pequeños.
Y entonces, ¿cuál es la mejor manera de crianza? si los menores no nacen ni buenos, ni malos.
Como adultos, es nuestra responsabilidad ayudarles a discriminar entre el bien y mal, a desarrollar una conciencia ética, a ser solidarios, a buscar el bien común, a ser equitativos, justos y leales con su familia y con sus compañeros.
Es nuestra tarea hacerles sentir que son queridos, protegidos, escuchados, y guiados. Que sepan que no están solos en el largo camino de la vida.
Que tengan una excelente vida.
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