Por: María Isabel Uribe Velasco / Psicóloga Clínica.
Hace unos días, revisando mensajes y videos, me encontré con algunos que me enviaron amigos entre fines del 2020 y principios del 2021. Todos ellos eran de cuidarnos, seguir manteniendo la distancia y con la esperanza de que las vacunas empezaran a llegar con la deseada fortuna de que los efectos de la pandemia se pudieran ir superando.
Ya estamos a mediados del 2022 y afortunadamente, hay muchas situaciones que hemos ido superando, regresando poco a poco a nuestras actividades pasadas. Sin embargo, la pandemia no ha trascendido algunas situaciones, y de ellas no hablamos.
Cada día llegan a consulta personas con diferentes situaciones que los han estado llevando a la ansiedad y depresión. Todo pareciera que, al ir regresando a situaciones cotidianas del pasado, esto ya debería haber descendido… y no es así.
¿Cuáles fueron los sentimientos, las emociones, que surgieron cuando empezamos a escuchar sobre la pandemia?
En un inicio, pasamos por un estado de negación de la gravedad de lo que ocurría; se iniciaron los días de cuarentena y todos, con un optimismo mesurado, nerviosos nos preparamos para aislarnos. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta que estábamos ante el inicio de un miedo que, a medida que pasaba el tiempo, este aumentaba. Los contagios se incrementaban y quienes enfermaban de COVID, morían en condiciones de aislamiento hospitalario después de ser sometidos a tratamientos agresivos.
Emocionalmente, poco a poco caímos en situaciones de tristeza, desesperación, y miedo. Sabíamos que de contagiarnos – ya que podíamos ser infectados de incontables maneras- la gravedad y la muerte estaba ahí. Estábamos asustados porque la muerte rondaba a nuestros alrededores.
La pérdida de la libertad fue otra de las situaciones que nos empezaron a molestar. El sentir que podíamos enfermar o enfermar a otros con nuestra sola presencia, minimizo la posibilidad de vernos, y emocionalmente hubo un costo emocional.
Las familias se empezaron a componer de diferentes formas, aquellas que tenían demasiados miembros bajo un mismo techo llegando al hacinamiento, así como las que vivían solas y únicamente lograban comunicarse con el exterior a través de aparatos electrónicos. Abuelos que dejaron de recibir a los hijos y a los nietos, en fin, situaciones psicológicas que nos estresaron y que poco a poco fuimos sobrellevando.
Y ahora, ¿cómo vamos emocionalmente?, ¿está siendo fácil la transición? Reflexionemos.
La violencia (intrafamiliar y social) ha incrementado. Dentro de nuestro ahora pequeño mundo globalizado, las noticias de la guerra en Ucrania continúan sorprendiendo. La ansiedad y la depresión cabalga. Muchos jóvenes que regresaron a clases presenciales tienen problemas para adaptarse. Hay una negación que necesitamos revisar, hablar y comentar de cómo nos sentimos; pareciera que no es importante hacerlo.
Esto es como subir una montaña donde se nos provocaron heridas, luxaciones… y cuando llegamos a lo alto, justo donde queríamos, nos olvidamos de cómo nos lastimamos durante el camino, aun y cuando esas heridas siguen abiertas. Nos resistimos a darnos cuenta que ya llegó el momento de empezar a sanarlas.
El caso es que de todo esto, de las heridas que sufrimos desde el punto de vista psicológico, de nuestra salud mental lastimada, no se habla.
Revisemos primero desde nuestra individuación*Jung, después desde nuestro grupo familiar, más adelante el grupo escolar y laboral. Por favor, hablemos.
Busquemos si nos hace falta atención o apoyo psicológico para nosotros, o para aquellos que nos rodean. Hagámoslo, busquemos ayuda.
Sabemos que el virus sigue ahí, reconozcamos que el miedo también.
Tenemos que transitar hacia una mejor vida emocional. Ese es el camino.
Que tengan una excelente vida.
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