Marco Antonio Beltrán Hernández, Técnico en Urgencias Médicas Básico, toda una vida sirviendo a su comunidad.
- Redacción Urbanus
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Lleva ya medio siglo —sí, 50 años— formando parte de la Cruz Roja Mexicana, Delegación Tijuana.

A veces, los caminos que elegimos no están del todo planeados; simplemente, la vida nos invita a tomar decisiones que terminan marcando el rumbo de nuestra existencia. Así le sucedió a Marco Antonio Beltrán Hernández, Técnico en Urgencias Médicas Básico, quien lleva ya medio siglo —sí, 50 años— formando parte de la Cruz Roja Mexicana, Delegación Tijuana.
Su historia comenzó en septiembre de 1975, cuando apenas tenía 16 años. En ese entonces, pertenecía a la policía juvenil y, como muchas cosas importantes en la vida, todo inició con una invitación. Héctor Aguirre, un referente de aquellos años, extendió una propuesta: unirse como voluntarios a Cruz Roja, ya que una huelga había dejado sin personal el área de Socorros. Aunque aún eran menores y no podían subir a una ambulancia, Marco Antonio no lo dudó. Fue ese primer paso el que cambió todo.
Un año después, ya con 17 años, obtuvo su credencial de socorrista y finalmente pudo subirse por primera vez a una ambulancia. No lo sabía entonces, pero sería el inicio de una vocación que lo acompañaría durante toda su vida.
De entre todos los servicios que ha atendido, hay uno que permanece grabado en su memoria como si hubiese ocurrido ayer: el desastre en La Paz, Baja California, en 1977. La presa se desbordó y arrasó con cerca de 20 colonias. Desde la sede nacional se organizó una operación de emergencia y Tijuana fue una de las delegaciones enviadas para brindar apoyo. Marco Antonio recuerda la tristeza de ver a tantas personas afectadas, de acampar con su equipo en medio de la tragedia, de escuchar cómo el ejército pedía despejar la zona porque iban a empezar a excavar... y de ver cómo de la tierra emergían camiones urbanos, cuerpos de niños, adultos mayores. Una experiencia que marcaría a cualquier persona, pero que forjó en él una sensibilidad profunda hacia el dolor ajeno.
“Lo chistoso —cuenta con una sonrisa nostálgica— fue que estuvimos un mes allá y no pudimos bañarnos. Nos aguantamos en esas condiciones porque no había agua.” Son detalles que en retrospectiva, pese al horror, también sacan a flote el lado humano, la capacidad de adaptación y la entrega incondicional.
En Tijuana también vivió escenas difíciles. Recuerda con claridad un atropellamiento en la Vía Rápida. “De la señora no quedó nada”, comenta con la franqueza de quien ha visto demasiado. Y aunque muchas de esas imágenes se quedan para siempre, también lo hacen las lecciones.
¿Qué lo ha mantenido tantos años al pie del cañón? La respuesta es sencilla pero poderosa: el amor por ayudar. “Desde lo que viví en La Paz, entendí lo importante que es tender la mano. Eso me enseñó a querer seguir aquí”.
Para Marco Antonio, ser parte de la Cruz Roja no tiene nada que ver con ser héroe. “Somos seres humanos. También sentimos, lloramos, nos golpeamos. También tenemos cosas que nos duelen.” Y tal vez esa es la frase que mejor define su trayectoria: humanidad pura, sin adornos.
Antes de despedirse, deja un mensaje claro para quienes forman parte o desean unirse a esta noble institución: “Para estar en Cruz Roja, primero tiene que gustarte. Tienes que saber a lo que te vas a enfrentar, tener paciencia y, sobre todo, humanidad. Necesitamos que se pongan la camiseta, que vean lo bonito que es ayudar a la gente y que te den las gracias.”
Hoy, a 50 años de aquel primer paso, Marco Antonio Beltrán Hernández no solo es testigo de la historia de la Cruz Roja en Tijuana; él mismo es parte fundamental de esa historia. Y su legado, hecho de servicio, empatía y entrega, seguirá inspirando a nuevas generaciones.
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