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Volver a empezar

  • Foto del escritor: PSR
    PSR
  • 2 jun
  • 3 Min. de lectura

Por PSR

Cuando la tranquilidad se rompe y los miedos te acompañan




La vida puede cambiar en un segundo. Una pérdida, una enfermedad, un accidente, una traición, una privación de tu libertad o simplemente una racha larga de incertidumbre puede quebrar la paz interior que dábamos por sentada. Después de eso, no siempre es fácil “volver”.

Volver a confiar, volver a salir, volver a estar bien. La tranquilidad se pierde, y lo que queda es miedo, ansiedad o una profunda sensación de desacomodo en el mundo.

Pero también, aunque cueste creerlo, hay caminos para sanar, para volver a mirar el sol sin lentes oscuros, para regresar a la sociedad desde otro lugar: más consciente, más fuerte y tal vez, más compasivo.



Perder la tranquilidad no siempre significa vivir un gran drama. A veces basta con una suma de pequeños golpes, decepciones o sobrecargas emocionales. De pronto, te das cuenta de que ya no duermes igual. Te cuesta salir. Te sientes ajeno incluso en medio de amigos o familia. El miedo se instala como huésped silencioso: miedo a que vuelva a pasar, miedo a no estar a la altura, miedo a sentirte frágil frente a un mundo que sigue corriendo.

Aceptar ese estado, sin juicio ni culpa, es el primer paso. No estás roto. Estás vivo. Y estás en pausa. Y está bien.


Cuando las "amistades" no entienden

En medio de este proceso, puede doler más de lo esperado que algunas personas minimicen lo que estás sintiendo. Escuchar frases como “ya fue”, “tienes que superarlo” o “no exageres” no solo no ayuda, sino que hiere. No todos están preparados para acompañar desde la empatía. Y no todas las personas que estaban antes tienen que seguir ahora.

Recordarlo es clave: no necesitas la validación de nadie para sentir lo que sientes. No estás obligado a explicar tu proceso. El dolor no se compara ni se justifica. Y muchas veces, lo más sano es tomar distancia de quienes no saben acompañar sin juzgar. Su opinión no define tu camino.



Reintegrarse a la vida social después de una sacudida interna no es un proceso lineal ni rápido. Es como despertar de un largo sueño donde todo se sentía borroso. ¿Cómo empezar?

  • Pequeños rituales diarios: tender tu cama, salir a caminar, tomar café en silencio. La rutina, aunque simple, es una forma de recuperar el centro.

  • Contactos sinceros: no necesitas rodearte de multitudes. Basta una conversación real, con alguien que te escuche sin querer “arreglarte”.

  • Espacios seguros: elige lugares y personas donde puedas ser tú, incluso si eso significa estar callado, llorar o reír sin explicación.

  • Reaprende a confiar en ti: no fuerces nada. Si un día no puedes salir, no pasa nada. Si otro día ríes sin culpa, celébralo. Cada emoción que aparece es parte del regreso.





Recuperar la tranquilidad no es solo emocional. El cuerpo guarda memoria del miedo, del estrés, del encierro emocional. Por eso es importante moverlo, escucharlo, cuidarlo. A veces, una caminata es más terapéutica que mil palabras. Otras veces, llorar es la medicina. En ciertos casos, buscar ayuda profesional es el acto más valiente que puedes hacer por ti.

Lo holístico es clave: alimentación, descanso, respiración, contacto con la naturaleza. Todo suma cuando estás reconstruyéndote desde dentro.


Quizá no vuelvas a ser la misma persona, pero eso no es una derrota. Es crecimiento. Las crisis no solo rompen: también revelan. Te muestran quiénes están contigo, qué cosas ya no quieres, qué sí necesitas.

Volver a la sociedad no es regresar a encajar, sino aprender a ocupar tu lugar con más conciencia. Tal vez ahora eres más selectivo, más profundo, más sensible. Y eso, lejos de ser una debilidad, es una nueva forma de fortaleza.


La tranquilidad perdida puede volver, pero no por imposición ni por prisa. Regresa cuando dejas de luchar contra el miedo y lo abrazas con compasión. Regresa cuando te das permiso de avanzar sin urgencia. Regresa cuando te das cuenta de que no tienes que demostrar nada, solo ser.


Reincorporarte a la sociedad después del miedo no es un retorno: es una nueva llegada. Y mereces hacerla a tu ritmo, con dignidad, con ternura y con la certeza de que no estás solo.

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