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El peligro de perder la capacidad de asombro

Por MD Larisa Osuna Lever



Platicando hace poco con una persona que no tiene hijos -pero sí sobrinos en edad adolescente y jóvenes adultos- me comentaba con pesar que, cuando buscaba un tiempo para convivir con ellos, se daba cuenta que era muy difícil sorprenderlos o admirarlos con cosas tan maravillosas como un avistamiento de ballenas o algún fenómeno de la naturaleza.

Comentamos con profunda preocupación, el cómo las generaciones que nos preceden se pierden de grandes momentos de satisfacción y bienestar (que a la vez producen gratitud), al no poder apreciar las cosas sencillas de la naturaleza porque en sus celulares y computadoras lo tienen todo y lo han visto todo.


Es tan significativa la pérdida de la capacidad de asombro, que las experiencias más sobresalientes del ser humano ya pueden elegirse “on demand” y controlar así en qué momento se van a vivir o experimentar, aunque sea mediante un dispositivo de “realidad aumentada”.

Ya podemos saber cómo seremos de viejos, cómo son los niños antes de nacer, cómo viven los elefantes en África, qué es y cómo funciona un hidroplano, hasta cosas más profundas como poder experimentar la intimidad sexual de cualquier índole “entrando a la recámara de alguien más” sin necesidad de enamorarnos, con solo hacer una búsqueda en internet. Lo cual debo decir me parece escalofriante…



La gratificación inmediata es tan sencilla de obtener que nos ha robado la belleza de la espera, la construcción, la edificación y el proceso de las cosas. Todo esto está pasando delante de nuestros ojos sin que podamos advertir a ciencia cierta sus efectos en nuestra generación en esta era de la información.

No me malinterpreten, de los avances en ciencia y tecnología disfruto poder saber cualquier cosa en el momento que me surgen las interrogantes, entre otros beneficios.

Tengo la bendición de ser maestra de asignatura en la universidad y convivir de forma cercana con el pensamiento de la siguiente generación y poder contagiarme de su vivacidad, sus habilidades tecnológicas y de su juventud.

Pero mi gran desafío, además de cubrir los requerimientos académicos, es de inculcar en ellos habilidades sociales para la vida, por ejemplo, el pensamiento crítico y la inteligencia emocional. Estas dos herramientas les permitirá relacionarse con sus pares de manera asertiva y real, fuera de sus pantallas de celular. Cuando acepté impartir clases, asumí este compromiso que tomo muy en serio: impactar sus vidas positivamente de tal forma que yo pueda contribuir, en mayor o menor medida, a que no pierdan su capacidad de asombro.




El estilo de vida contemporáneo también promueve el egoísmo y la gratificación inmediata. Creo que, a estas alturas, sería ganancia pensar un poco menos en nosotros mismos desarrollando una generosidad social y pensar qué podemos aportar para el bienestar de otros y, en eso, encontrar satisfacción.

Valores como la gratitud, la capacidad de analizar información, el determinar su veracidad y su uso de manera responsable, la empatía, la consciencia colectiva y la generosidad, se ven seriamente amenazados en esta nueva clase de interrelación humana digital.


Los valores universales sobrevivientes a cientos de generaciones, hoy más que nunca se ven amenazados por esta desconexión humana y la falta de afecto natural por las personas y las cosas. Que este mensaje sirva como un llamado respetuoso a cultivar la espiritualidad hacia nuestro Creador, las relaciones con nuestros semejantes y la naturaleza.


Y como dice el dicho: “si no nos gusta lo que cosechamos, debemos revisar lo que estamos sembrando.”


Revista Digital

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