Por Marissa Reyes Martínez
Cada Flor, cada escenario, nos recuerda algo o alguien y nos evoca recuerdos que son únicos, especialmente cuando pensamos en los que ya no están físicamente.
Y no se trata de volver la vista atrás para lamentarse o echar a llorar sintiéndote en desamparo por el dolor; se trata de poder apreciar todo lo que forma parte de lo que te construyó, o tal vez que en todas las tradiciones que hoy mantienes, te hace sentir su legado cerca. Esos regalos que conservas y que son semilla que vas dejando en tu caminar, que se atesoran cada día más porque son parte de la riqueza de tu existir.
Todos esos recuerdos que fueron tejiendo tu historia, como cuando tomabas una aromática taza de café con tus abuelos, disfrutabas comer helado con tus primos y sin duda, los abrazos más amorosos que hayas tenido de tus padres. Cada actividad tenía la genialidad de conversaciones sabias, entrelazadas en la dinámica de lo cotidiano y los sueños por lograr, en las que, seguramente, puedes traer a tu mente con finos detalles. Los aromas a veces a canela, tabaco y sándalo, quizá las flores frescas como parte de la decoración, las fotos familiares y los platillos listos para deleitarse en familia; la sonrisa o el abrazo de alguien que estaba listo para recibir tu llegada.
Y también aquel el momento que, al despedirte mientras llovía, se acompañaban a la puerta platicando aun por otro par de minutos, prometiéndose que la próxima vez que se vieran todavía tendrían algo más que contarse y, tal vez, ese había sido su último adiós con aroma a tierra mojada.
No cabe duda que todos esos días te hacen sentir que estás vivo ahora, y cuán vivas siguen todas esas imágenes de los que se adelantan a otras dimensiones. Sin embargo, es inspiración para cada día seguir transmitiendo ese mismo amor con el que fuiste creciendo, de generación en generación.
Puede ser que aun en familias que vivieron momentos duros, separadas de las suyas con esa promesa del padre o madre que se arrancó el corazón para ir en busca de un mejor futuro y no pudo volver. Siempre existe en el camino de nuestras vidas alguien a quien honrar, alguien que te ayudo a construir momentos significativos en la vida. Otros que te habrán dado la frase justa cuando más desolado estabas, aquella palmada en el hombro que te recordó como seguir adelante, o un gran consejo con sabiduría que conservas y aprecias con cariño, porque saliste de un momento complicado y te devolvió la Fe haciendo que volvieras la vista al cielo.
Así que abre el libro de tu vida, recórrelo y observa cuántas cosas heredas de todos ellos y siéntete afortunado siempre por los sí y por los no. Por la dicha de tenerles y la agonía que da verlos partir.
Aprovechando estas fechas, donde por tradición celebramos a nuestros familiares, amigos y personas queridas que ya no están, escribamos en una hoja sus nombres y dejémosle saber con un enorme “GRACIAS” y un “TE QUIERO”, que siguen en nuestro corazón. Démosles quizá a algunos, el homenaje de despedida que la misma vida no nos permitió tener por la distancia. Si tienes una flor, colócala cerca y dale esa intención al menos por un día.
Volvamos estos días con nuestros seres queridos al amor real y a la gratitud solemne, mística y amorosa, para que toda esa energía hecha partículas de cristal por las lágrimas derramadas, hoy sean polvo de oro para las estrellas. Esparzámoslo en nuestro camino, para iluminar todos esos días en los que sentimos la profunda necesidad de abrazarles.
Y entre flores, aromas y recuerdos, sintamos la sabiduría que se quedó impregnada en nuestros corazones y la hermosa dicha de poder verlos con el alma.
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