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Malecón Aventurero. Coctel de vicios

Por Javier Prieto Aceves



Un corrido famoso relataba que el protagonista (Juan), presumía de poseer solo tres vicios y que estos los tenía muy arraigados: ser alcohólico, jugador maníaco y promiscuo fornicador.

Hay opinadores —muy torpes, por cierto— que atribuyen todos estos vicios al mexicano común. Hay, incluso quienes se gozan con difundir la oprobiosa estampa que nos pinta dormidos a la sombra de un nopal.

Todos estos son estereotipos muy simplistas e injustos. Un estereotipo consiste en una «percepción exagerada y con pocos detalles que se tiene sobre una persona o grupo de personas que comparten ciertas características, cualidades y habilidades, y que buscan justificar o racionalizar una cierta conducta en relación con determinada categoría social» (Wikipedia). Se trata pues de creencias falsas que nada tienen de lógicas y carecen de fundamento racional. La etimología de estereotipo alude a un molde grabado en piedra (o en plomo), está tan bien grabado que es difícil de alterar. Diríamos que, a los necios que lo adoptan, les cuesta mucho trabajo convencerse de que prescindan de él, simplemente porque afirma una falsedad. Los necios tienen dura la cabeza.

A pesar de lo que tiene de falso, el estereotipo se populariza, se pone de moda y hasta se convierte, a veces, en lo «políticamente correcto.» Nos propone dilemas falsos como, por ejemplo, cuando se confunde valentía con machismo; el patriotismo con patriotería, la facilidad de llorar con la sensibilidad, etc. Hoy que está tan de moda el maniqueísmo, que en la política todo parece estar simplificado con estereotipos: o eres de izquierda o eres de derecha o eres conservador y reaccionario o progresista y revolucionario; o eres de los malos o eres de los buenos dentro de la película mental que se proyecta en la mente del gobernante en turno.

El futbol es otra materia que puede llevarnos a la auto denigración. Como anda jugando la selección hoy, nos lleva a olvidar la medalla de oro de Londres.

Otra visión peyorativa, aunque de naturaleza distinta, suele derivarse de la genial novela Pedro Páramo con la que Juan Rulfo nos deslumbra con su realismo mágico. Este personaje, simboliza a un tipo de varón, sin duda real, que, ensoberbecido y moralmente deforme, abusa del poder y comete toda clase de crueldades e injusticias. Su ambición no tiene fin y no se tienta el corazón para servirse de todos los que le rodean. El terrible fantasma de Pedro Páramo parece vagar por algunos pueblos del Bajío, como una especie de Narciso y de Caín al mismo tiempo, que, por su soberbia, vive como destructor, violador, canalla, asesino violento y traidor y que casi siempre queda impune por el mal funcionamiento de la justicia en nuestra patria.

Hoy, todavía, el fantasma de Pedro Páramo persiste al interior de muchas familias en las que las víctimas principales son las mujeres y los niños.

Como tardó mucho en llegar la democracia, nos acostumbrarnos a echarle la culpa de todo al gobierno. Sentirse víctima inocente de todos los males sin querer enfrentarse a ellos, no es algo que hable muy bien de quienes lo juzgan todo de esa manera. Ahora ya ni siquiera podemos culpar a las farsas electorales de los siglos XIX y XX. A partir de 1997, algo hemos tenido que ver los mexicanos con elecciones (Aunque el 40% no vaya a votar), algo nos dejan hacer ya los partidos políticos. Y si no queremos actuar, eso es culpa exclusiva nuestra. Existe sí, la mala costumbre de algunos de vivir quejándose sin hacer nada.

Claro, sigue habiendo quienes prefieren quejarse de la oscuridad en vez de encender una chispa para alumbrarla. Tantos que no participan, ahora se indignan contra la violencia que obstruye avenidas y carreteras. La crítica suele ser aún más destructiva que propositiva. El diálogo y la argumentación prudente previa a la decisión democrática no se nos da mucho que digamos. Esto es por culpa de unas malas costumbres y de una mala educación.

El “todo está mal”, brota de muchos pesimismos y sujetos que se sienten inferiores: Una educación deficiente nos ha traído esa ignorancia supina: la que está arriba de todas, porque ignora que ignora…

Desde aquí propongo que jubilemos ya la coctelera de los vicios que de manera falsa y generalizadora nos atribuimos. Debemos destacar las cualidades reales que, por supuesto, también tenemos los mexicanos. La vida ética que han sabido vivir esas personas reales de nuestro México podría guiarnos hacia un coctel de virtudes que tanto nos urge vivir.

Rechazar los estereotipos derivados del malinchismo que nos acusa de puros vicios. Deshacer el falso dilema que existe entre el chauvinismo (o patriotería corriente) y patriotismo. Es preciso interpretar nuestros problemas, nuestras fortalezas y debilidades reales que sólo puede descubrir la virtud de la prudencia. A la realidad, que es siempre analógica (tiene, más de un sentido), puede interpretársela y juzgársela con mayor realismo si aprendemos a distinguir las zonas negras de las blancas y de las grises. Aprender a comprendernos como personas y como país. Y abrir campo no a un coctel de vicios, sino a uno de virtudes que son perfectamente posibles, aunque sean difíciles de lograr. Crearnos un ambiente y una disposición interior que favorezca esas virtudes que requiere una genuina reforma educativa y familiar.





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