Por: Yaya González/ Sommelier
"Gracias a la vida que me ha dado tanto, tengo vida como el vino la tiene."
El vino nace en el viñedo y se va formando poco a poco, como un ser humano. Sus pasos son lentos y firmes, si alguien está al pendiente de su vida, sus cuidados, sus caricias (se pudiera decir), y sus pasos dentro de una fermentación, sobrevive.
Como todo ser humano, requiere de crear sus anticuerpos saliendo de su hábitat desde pequeño a que le dé el sol, a rodearse de naturaleza pura como la tierra, arena, aire, viento, neblina, frío, lluvia y sol. Existen vides de dos años, de cuatro, ocho, diez, veinte, treinta, de cincuenta y más…ahí se dará un vino de mejor calidad.
Mientras más años tenga la vid será menos su cantidad, pero mayor la calidad. Una comparación muy ad hoc a un humano pues, cuando este se alimenta de nutrientes de pobre calidad se refleja en su piel, se ve pálido, deshidratado incluso hasta con mal olor. Este es como un vino mal cuidado: asoleado, sacudido, zarandeado, movido, vuelto a mover, enfriado, calentado, molestado, sin caricias, sin hablarle y sin amor a la bebida más antigua de toda la historia.
El vino tiene su historia como el humano también. Un vino de mundo y un hombre de mundo.
Vamos y bebamos el néctar de los dioses, brindemos con un brazo fuerte y poderoso, levantemos nuestra copa y ¡Salud!.
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